NOTAS PARA LA HISTORIA DE LOS WILLICHES

Marcelo Javier Neira Navarro

Pablo Navarro Navarro

Con el proceso histórico que se inicia con la llegada de europeos a tierras americanas en el siglo XV, muchas culturas originarias desaparecieron.  Cuando no, resultaron debilitadas de manera manifiesta. 

Si bien los williche fueron identificados como un grupo humano y cultural, en un proceso de larga duración se los ha confundido con el pueblo mapuche. 

Sin embargo, existen una serie de circunstancias que en perspec-tiva histórica, generan componentes identitarios cuya importancia es fundamental. 

Aspectos identitarios

Aunque se discute, el “Tratado de Paz de las Canoas” ayudará a distinguirlos.  Si bien los williche presentaron una fuerte resistencia a los españoles invasores, igualmente terminaron firmando el acuerdo de Paz que permitió, por ejemplo, la instalación de las misiones, la refundación de Osorno a partir de 1796 y la instalación del registro ci-vil.

Pese a lo anterior, el mundo williche actualmente valora el pacto, argumentando el valor que posee, en tanto tratado internacional, el reconocimiento de sus autoridades y todavía más importante, el gesto hacia la idea de paz. 

Los pueblos originarios como todo grupo humano han poseído y poseen distintas identidades, pese a tener ciertos rasgos raciales y culturales compartidos. Precisamente esto es lo que ocurre con el mundo mapuche y el williche.

Dicho de distinta manera, el pueblo mapuche está lejos de ser uno solo.  En este contexto, williche sería un vocablo que específicamente posee una acepción territorial, digamos, “hombres del sur”.  Pero lo williche también posee una impronta cultural propia.  Entonces, lo único que podría tener en común con los mapuche sería cierto componente racial. 

Sin embargo, Eugenio Alcaman no observa diferencias.  Y más bien se la adjudica a los “hispanocriollos” que “…utilizaron el término huilliche (guyliches, gulliches) simplemente para referirse de manera genérica a la población indígena residente desde Valdivia al sur”[1]

Incluso al interior del propio territorio que ancestralmente abarcó el pueblo williche o cunco, igualmente se pueden verificar diferencias.

Aspectos históricos en la larga duración

La distinción en la variedad de grupos humanos culturales americanos, al parecer fue un problema de proporciones para los primeros europeos a partir del siglo XV. Así, por ejemplo, durante el siglo XVI sobresalen los relatos de Gerónimo de Bibar[2], Alonso de Góngora Marmolejo[3] y Pedro Mariño de Lobera[4].  Tres cronistas que, por cierto, mezclan su carácter de colonizadores con su calidad de militares.  En esta primera temprana fase, los europeos son incapaces de hacer alguna distinción precisa de las poblaciones humanas que vieron y sus referencias incluso podría carecer de algún interés[5]

Entre el siglo XVII y XVIII, se encuentran descripciones de cronistas con mayor preparación intelectual y surgen ciertas di-ferencias para distintos grupos sociales o pueblos.  En el caso de los williche, por ejemplo, incluso se advierten variados elementos identitarios, dependiendo del territorio que se trate.  El jesuita Diego Rosales, por ejemplo, que escribe en 1674, reconoce estas diferencias y las registra por primera vez.  Para el caso de los williche, por ejemplo, distingue entre los cunco, digamos, entre los cordilleranos y costeros y aquellos que llama “los osorno” ubicados en el llano[6].

En el siglo XVIII, estas distinciones fueron igualmente frecuentes.  José Pérez García, que escribe principalmente a fines de la segunda década del siglo XVIII, reconoce incluso los Pichi-huilliches o chonos[7].  Más allá de la distinción, este vocablo podría confirmar el alcance terri-torial de los propios williche, cuya influencia efectivamente alcanzó hasta la isla de Chiloé[8].  

A mediados del mismo siglo XVIII, se observa una especie de vacío y ausencia de relatos. Esto podría estar explicado, seguramente, debido a la expulsión de los jesuitas, siempre preocupados de dejar registros.  Y precisamente, uno de los pocos relatos que existe referidos a Chile de la época, en efecto, viene de la mano del jesuíta chileno Juan Ignacio Molina, quien señala diferencias de manera expresa:

“La tribu ó nacion de los Cunchos se extiende por las orillas del mar entre el rio Valdibia y el Archipielago de Chiloé; y su nombre, dimanado de la palabra Cunco, que significa racimo, corresponde muy bien á su numerosa propagacion.  Los Huilichies habitan parte en los llanos situados al oriente de los Cunchos, de quienes estan divididos por una linea imaginaria, y parte en aquel espacio de los Andes que se prolonga desde el mencionado rio de Valdibia hasta el grado 45, ó hasta la extremidad de Chile; de forma que son los mas australes de todo el Reyno, ó los que se avecinan mas hácia el austro: circunstancia á que deben seguramente el nombre de Huilichies, que significa hombres del Sur.  Estas dos Tribus son belicosas, y fieles aliadas de los Araucanos, á quienes ha importado mucho su amistad y alianza en sus guerras contra los Españoles”[9].

A fines del siglo XVIII se produce una notable coyuntura política relacionada al “Tratado de las Canoas” de 1793. Más allá de todas las interpretaciones que se puedan otorgar, el tratado mismo poseerá la extraordinaria virtud de dejar como resultado el reconocimiento del pueblo williche en el marco de un acuerdo internacional.  Arreglo que, por lo demás, fuera desconocido por la Estado chileno de manera unilateral, pero cuya proyección en la larga duración se objetivará en el otorgamiento de “títulos de comisarios”. 

Y más importante aún, también en la larga duración, también se observa la apropiación de un discurso de paz que con ocasión de la conmemoración del mismo pacto hace gala en el pueblo williche. 

A todo se une el legado de los “Memoriales”, otro sólido y extraordinario argumento en favor del pueblo williche, que tendrá un efecto emergente a comienzos del siglo XX, cuando se active el Junta General de Caciques.

En la coyuntura de cambio del siglo XVIII al XIX cronológico, sin embargo, comienza un intenso proceso de “invisibilización” de los williche, dirigido y consciente de parte de la cultura hegemónica nacio-nal[10].  Después que el Estado nación chileno ocupó militarmente la Araucanía, el foco de atención fueron los mapuche. 

A comienzo del siglo XIX, la figura del “indígena” había sido resaltada como parte de una identidad nacional. Fue una política instrumental, en el contexto de emergencia de la nueva república y de configuración del proyecto de Estado nacional.  Pero a partir de mediados del siglo XIX, una vez que precisamente, el Estado se había configurado y se desarrollaba de manera estable, la figura del “indíge-na” fue, digamos, “demonizada” a falta de un concepto mejor.  Sobre todo, en la llamada Frontera.  Mientras que las políticas de inmigración del Estado nacional chileno no tuvieron inconveniente en otorgar “rienda suelta” a la ocupación de Valdivia al Sur[11].

Sin embargo, como efecto del Tratado de las Canoas y en dirección contraria a la “negación”, el pueblo Williche estableció la Junta General de Caciques conformada por sus Apo Ulmen. 

A partir de 1936, la Junta se activará y generará lo que en la década de 1980 comenzaron a ser llamados como “Memoriales”, siguiendo la denominación de aquel de 1936[12].  Se trata de una serie de documentos de denuncias, reclamos y solicitudes, que muestran la relación y el nivel de represen-tación política y pública entre esas autorida-des williches y las republicanas[13]. Aunque en general el Estado chileno nunca los con-sideró, quedaron como testimonio de la existencia y la identidad de las autoridades ancestrales williche.

Lo anterior, sin embargo, no logra desmentir la “negación” e “invisivilización”.  Ambas son una estrategia de poder que solo identifi-ca al “indígena” como sujeto genérico y que, efectivamente, remite a los pueblos originarios a los márgenes de la sociedad.  En la actual nomenclatura teórica, esto tiene que ver con un fenómeno de “inclusión por exclusión” en favor de fenómenos hegemónicos, que hace que algunos sujetos ganen en identidad y otros sean relegados a la periferia de la sociedad.  Es decir, los pueblos originarios se constituyen en sujetos marginales, dado los múltiples mecanismos de integración que operan a nivel nacional, en el esfuerzo por articular una monocultura.  Y, todavía, esta pérdida de identidad se profundizó durante buena parte del siglo XX hasta la actualidad, en general, en desmedro de los williche y en favor de los mapuche. 

En efecto, avanzado el siglo XX la referencia a la variedad de pueblos sureños casi se pierde completamente.  Para el Censo de 1992, el propio Consejo Nacional de Pueblos Indígenas, propuso catalogar de tales a quienes descendieran de una cultura originaria, portaran apellidos o estuvieran casados con algún miembro de alguna etnia.  Se apeló a la idea de “autoidentificación”.  Pero las categorías de pueblos disponibles se remitieron exclusivamente a la de mapuche, aymara y rapa nui[14].

Pese a todo lo anterior, sin embargo, a partir de 1993 se reconoció parcialmente al pueblo williche a través de la promulgación de la Ley que creó la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena (en adelante CONADI)[15]; también se reconoció a parte importante de su estructura política liderada por los Apu Ulmen[16].  En efecto, en los Artículos 60 y 61 de la referida Ley se dejó expresamente señalado:

“Artículo 60.- Son mapuches huilliches las comunidades indígenas ubicadas principal-mente en la X Región y los indígenas provenientes de ella.

“Artículo 61.- Se reconoce en esta etnia el sistema tradicional de cacicados y su ámbito territorial.  Las autoridades del Estado establecerán relaciones adecuadas con los caciques y sus representantes para todos aquellos asuntos que se establecen en el Párrafo 2° del título III y en el Párrafo 1° del Título V”[17].

Pese a la anterior declaración, en el mismo documento se reconoció la existencia de ocho pueblos indígenas, cuyos nombres efectivamente fueron considerados para el Censo de 2002.  El principio aplicado en la oportunidad, fue el de “pertenencia” y el criterio de pueblos fue ampliado de 3 a 8: alacalufe (kawaskar), atacameño, aymara, colla, mapuche, quechua, rapanui y yámana (yagán)[18].  En ninguna parte se mencionó a los “williche” o “cunco”.  Simplemente, se utilizó la categoría “mapuche” como una más de entre los pueblos “reconocidos”[19]

A la par de la institucionalidad estatal, Gabriel Salazar y Julio Pinto, dos reputados historiadores reconocidos con el premio nacional de historia 2006 y 2016 respectivamente, afirman en una publicación del año 2014, que,

“En chile existen comunidades cuya lengua, religión, valores e historia difieren del resto de la población.  Desde hace siglos ocupan (y se identifican) con el mismo territorio.  Se les conoce con el nombre de etnias indígenas: aymara, mapuche, qawascar, yámana, quechua, colla, atacameños y rapa nui”[20]

Y todavía, más recientemente, a propósito de la posibilidad de una nueva Constitución, en enero de 2019 se promulgó la “Ley de escaños reservados para pueblos indígenas”, entendidos como los Aimara, Mapuche, Rapa Nui, Quechua, Lican Antay o Atacameño, Diaguita, Colla, Chango, Kawashkar y Yagan o Yámara[21]..

En el marco de la Biblioteca del Congreso Nacional de Chile, el Doctor Mario Poblete, investigador acreditado, sostiene que los williche habitualmente se los entiende conformando la etnia mapuche.  A pesar de lo anterior, existen dos elementos que hablan a favor de la identidad williche y que, en efecto, marca la diferencia con los mapuche:

“Se estima –señala Poblete– que las comunidades que se ubicaron al sur del Río Toltén estaban asentadas con anterioridad a la aparición de las comunidades Mapuche.

“Estas comunidades, además, no utilizan el Mapudungun como lengua, sino un dialecto diferente conocido como Chesungun”[22].

A propósito, el 30 de junio de 2020, entró a la Cámara del Senado, un Proyecto de Ley que pretendía otorgar reconocimiento legal al pueblo williche[23].

Sin embargo, con fecha de julio de 2023, la Junta de Caciques del Butahuillimapu, que agrupa a los territorios de los cacicados de Cuinco, Quilacahuin, Riachuelo-Río Negro y San Juan de la Costa Norte, dirigidos por sus respectivos Apo Ulmen, Luis Pailapichun Yefi, José Eduardo Troquian Trunci, Juan Segundo Pailalef Casin y Arturo Cumiao Cumilef, en documento dirigido a Elizabeth Donoso Montenegro, Secretaria Administrativa Comisión de Derechos Humanos, Nacionalidad  y Ciudadanía del Senado Comisión de Derechos Humanos, Nacionalidad  y Ciudadanía del Senado.  De acuerdo al documento,

“Como Junta de Caciques de la provincia de Osorno queremos establecer que nosotros nos consideramos Mapuches Huiliches, pues así nos lo legaron nuestros antepasados y quedó establecido en los diversos memoriales, tratados y declaraciones que componen nuestra historia. No consentimos en ser divididos o considerados un pueblo aparte, pues somos todos mapunches, peñis y lamuenes que habitamos esta tierra desde tiempos inmemoriales, unidos en toda nuestra diversidad. Prueba de ello ha sido el trabajo que realizaron nuestros antiguos Apo Ulmen o Caciques, que a comienzos de los años 80 cuando conformaron la Junta General de Caciques del Butahuilimapu, la que reunió los Cacicados de las provincias de Valdivia, Osorno y Chiloé, con el fin de defender nuestros derechos incluso en los momentos amargos para nuestra historia. Luego, fueron parte fundamental en impulsar una legislación y tratados que reconocieran y resguardaran a las futuras generaciones, lo que más tarde se materializó en el Convenio 169 y la Ley 19.253 que particularmente nos convoca”[24].

Por su parte, el domingo 6 de octubre de 2024, el “Consejo Mayor de Caciques” asistió al Congreso para ratificar la posibilidad de reconocimiento oficial del pueblo “huilliche” como una de las etnias indígenas de Chile.  El cacique mayor Américo Lincomán expresó en la oportunidad que,

“…por años venimos luchado para ser reconocidos como pueblo huilliche chilote (…) En este territorio nunca existieron los mapuche, existieron huilliche, gente de mar”[25].

Inconsistencia cultural y miopía epistemológica

En definitiva, lo que ocurre con la identidad de los pueblos originarios y particularmente con la nación williche es un fenómeno que cae al interior del ámbito de “inconsistencia cultural”.  Este problema podría poseer varias explicaciones.  La principal de ellas, es que el fenómeno emerge como resultado de la hegemonía de la cultura europea que ya se extiende por 500 años.  La cultura oficial, en este caso representada por la institucionalidad y el saber científico, reconoce unilateralmente a los pueblos originarios.

El origen de la inconsistencia cultural y subsecuente invisibilización de pueblo williche, a su vez, se debe a una “miopía epistemológica”. A fines del siglo XX y comienzos del XXI, si bien la disciplina de la Historia y las demás disciplinas sociales se han desarrollado fuertemente, todavía se advierten colonizadas, colonizadoras y centralistas[26].   Esto es, la ciencia moderna y digamos, la “alta cultura” se constituyen en criterios únicos de verdad.  La ciencia se arroga la generación exclusiva de conocimiento.  De modo que lo que ella no legitima, simplemente no existe.

Como consecuencia de todos, se produce un doble problema que afecta al pueblo y cultura williche.  Por una parte, el concepto mapuche vendría a ser una categoría racial disponible entre la zona de Valdivia hasta Chiloé.  Pero al mismo tiempo es de escasa o relativa identidad.   En cualquier caso, la última palabra la tienen los propios involucrados.


REFERENCIAS

[1] Eugenio Alcamán, Los mapuche – huilliche del Futahuillimapu septentrional: expansión colonial, guerras internas y alianzas políticas (1750 – 1792), en Portal MAPUNET, ulr., https://www.mapunet.org/documentos/mapuches/eugalka.htm ).

[2] Gerónimo de Bibar, Crónica y relación copiosa y verdadera de los reynos de Chile, 1558, The Newberry Library, Chicago, Edición Facsimilar, Fondo histórico y bibliográfico José Toroibio Medina, Santiago, 1966.  En todos los casos se mantiene la ortografía original.

[3] Alonso de Góngora y Marmolejo, Historia nacional, Tomo II, Imprenta del Ferrocarril, Colección de historiadores y documentos relativos a la historia nacional), Santiago, 1862.

[4] Escribió Crónica del Reino de Chile, volumen VI, Colección de historiadores de Chile y documentos relativos a la historia nacional, Imprenta del Ferrocarril, Santiago, 1865.  Llegó a Chile en 1551, bajo las órdenes de Pedro de Valdivia.  También estuvo a cargo de Francisco de Villagra y García Hurtado de Mendoza.  Entre sus cargos, destaca el de corregidor de Valdivia y muere finalmente en Lima en el año 1595.

[5] A modo de ejemplo, Pedro Mariño observa que “Esta distancia que hai desde el mar del Sur a la Cordillera está poblada de indios, en unas partes mas y en otras ménos, conforma a la condición y disposición de la tierra” (Alonso de Góngora y Marmolejo, Historia nacional, Tomo II, Imprenta del Ferrocarril, Colección de historiadores y documentos relativos a la historia nacional), Santiago, 1862, pág. 1).

[6] De acuerdo al cura Rosales, “Y para que se vea un castigo de Dios manifiesto y los daños que de matar los indios amigos de nuestro exercito a otro de el enemigo se siguieron en la lastimosa perdida de el rio Bueno, diré lo que passó, como testigo de vista, y fué: que aviendo ido por orden de el Gobernador, D. Antonio de Acuña y Cabrera, el ano de 1654 el Real exercito con las mayores fuerzas que avia en el Reyno de españoles y amigos indios de Arauco, Boroa y la Imperial, al Rio Bueno a castigar a los indios de Osorno i Cunco, que solo eran enemigos, viendo desde la otra vanda de el rio los indios tan numeroso exercito, tanto movimiento de armas, tanto indio amigo confederado con el Español contra ellos, pues toda la tierra estaba de paz y de parte del Español, entraron en consejo y trataron de dar tambien ellos la paz y no quedar solos con tanta multitud” (Diego de Rosales, Historia general del reyno de Chile, Imprenta del Mercurio, 3 vols., ,Vol. I , Valparaíso, 1877, pág. 129 A 130).  Más adelante, en el mismo Vol. 1, Rosales señala, “De la serrania maritima de Cunco, vecina al rio Bueno, se descuelgan otros muchos arroyuelos que solo sirven de regar la tierra y hazerla pantanosa, que una de las mayores defensas que tienen aquellos belicosos indios de Cunco son los pantanos y atolladeros que estorban a entrarles a correr sus tierras.  Cerca de Chiloé desaguan a una los rios de las lagunas Guañauca y Purailla, y relanzándose por ellos el mar abre una bahia que llaman de Meullin.  En su rivera, por la parte meridional, en el sitio llamado Carelmapu, avia un fuerte que duró muchos años con una compañía de españoles y soldados de a caballo ligeros y un buen numero de indios amigos que estaban alli avencindados, y desde alli hazian guerra a los indios reveldes de Cunco y Osorno, y por causa del alzamiento general del año de 1655 retiró los soldados e indios el General Juan de Alderete al puerto de Chacao, assi por asegurar la gente como por la comodidad de aquel puerto, y el enemigo viendo el fuerte desamparado le pegó fuego” (Id., pág. 277).

[7] El autor llega a señalar que, “La isla Chiloé es la más grande de las muchas que contiene su archipiélago, que algunos llaman lago de Ancud.  Ella cierra la boca de una gran bahia, quedando embebida en la tierra de la dirección en que corre la costa, sin sobresalir nada hacia el mar.  De esta isla tratamos cuando se conquisto y fundó, año de 1566, la ciudad de Castro.  Ella da nombre á aquel distrito.  Poblaronla en su antigüedad los indios pichi-huilliches, que también llamamos cuncos ó chonos” (José Pérez García, Historia natural, militar, civil y sagrada del Reino de Chile en su descubrimiento, conquista, gobierno, población, predicación evangélica, erección de catedrales y pacificación, Colección de historiadores de Chile y de documentos relativos a la historia nacional, Santiago, Imprenta del Ferrocarril, 1861- v. 22, pág. 114).

[8] Incluso hay antecedentes comprobados que los williche se desplazaban constantemente más allá de la cordillera de los andes.  Véase, por ejemplo, Meinrado Hux, Caciques Huilliches y Salineros, Buenos Aires, Marymar, 1991, Col. Patagonia, 222 p., Reed. Ampliada, Buenos Aires, El Elefante Blanco, 2004.

[9] Juan Ignacio de Molina, Compendio de la historia geográfica, natural y civil del Reino de Chile, Madrid, 1788, pág. 14 a 15.

[10] En todo caso, para un viajero como Peter Smidtmeyer, el relato que llegó a sus oidos desde oralidad a comienzos del siglo XIX, marcaba la diferencia entre mapuches y “guilliches” y “cuncos”, aunque todos actuaban en alianza.  De acuerdo a Smidtmeyer, en el levantamiento de 1597, “The signal was then given: fire were ligbted on the mountains: all Arauco with their allies, including the Guilliches and Cuncos, rose, bore down on the invaders from all sides, burnt or besieged their towns and dwellings, and caused so much consternation at Santiago, that they were all on the point of abandoning Chile, and retiring to Peru” (“Entonces se dio la señal: se encendió fuego en las montañas: todo Arauco con sus aliados, incluidos los Guilliches y Cuncos, se levantaron, arremetieron contra los invasores por todos lados, quemaron o sitiaron sus pueblos y viviendas, y causaron tanta consternación en Santiago, que todos estaban a punto de abandonar Chile y retirarse al Perú” (Peter Smidtmeyer, Travels into Chile over the Andes in the years 1820 and 1821: with some sketches of the productions and agriculture …, Printed by S. McDowall, London, 1824 pág. 343; la traducción es nuestra). Incluso, Francisco Solano Asta-Buruaga y Cienfuegos, llega a señalar a mediado del siglo XIX que los Cuncos o cunches, eran “Las tribus indíjenas que habitaban los valles costaneros de la provincia de Valdivia, entre el rio de este nombre i el estrecho de Chacao, separándose por el E. de los Huilliches, que ocupaban los llanos centrales.  Eran belicosos –agrega– i aliados de los araucanos; i su nombre proviene de cunco, correspondiente a racimo, si es que no se deriva de ´cun´ o ´con´ i de ´che´, significando hombres del poniente, con relación a aquellas otras tribus que se hallaban en la parte opuesta.  Existe en reducido número, semicivilizados” (Diccionario Geográfico de la República de Chile, D. Appleton & Cª., Nueva York, 1867, pág., 85).

[11] En 1883 se creó la “Comisión Radicadora de Indígenas”.  Su objetivo, fue reducir a los pueblos originarios en reservaciones.  Esta medida tuvo consecuencias inmediatas provocando toda clase de abusos, al tener como objetivo liberar territorios para la colonización. Pero lo que todavía es más complejo, sin embargo, es que, si la propia ley y la institucionalidad como el “Protectorado de indíjenas” no tuvo ningún alcance positivo para las poblaciones de la Araucanía, las evidencias demuestran que, en territorios de Valdivia al sur, esta misma fue todavía más frágil.  Por consiguiente, los abusos todavía debieron aumentar. De acuerdo juez Protector de indígenas de la provincia de Llanquihue, división administrativa a la que pertenecía Osorno en 1910, en esta última ciudad, “Los juicios en favor de los indíjenas continúan una marcha mui lenta por el sinnúmero de artículos dilatorios i los continuos tropiezos que ponen a los juicios los litigantes contrarios a los indíjenas (…) Es norma jeneral negar a los indíjenas litigantes, su calidad de tal i es menester probar la calidad de indíjenas por medio de prueba testimonial que acredite que el demandante es indíjena porque sus ascendientes lo fueron, por su idioma, costumbres i apellidos; sin embargo, esta prueba se trata de desvirtuar por medio de perjuros que jeneralmente, tienen intereses arrebatados a otros indíjenas; se dificulta la prueba de los indíjenas con continuas postergaciones de las sesiones de prueba i con amenazas de cohecho a los testigos de mis representados” (Memoria protectorado de indíjenas de Llanquihue (pág. 441-458), en Memoria de la Inspeccion Jeneral de colonizacion e Inmigracion correspondiente a 1910, Imprenta i Encuadernación Ercilla, Santiago, 1911, pág. 442).

[12] De acuerdo a Eugenio Alcaman, existen memoriales en el siglo XVIII, el primero de ellos en 1894, aunque sin el concurso de la Junta General de Caciques (Eugenio Alcaman, Memoriales Mapuche-Williches, Territorios Indígenas y Propiedad Particular (1793-1936), Osorno, Conadi, 2010, pág. 5 y 6).

[13] Id., pág. 5.

[14] Instituto Nacional de Estadísticas, Estadísticas sociales de los pueblos indígenas en Chile.  Censo 2002, Programa Orígenes MIDEPLAN-BID, Santiago, 2005, pág. 7 y 8.

[15] Ley Nº 19253, Establece normas sobre protección, fomento y desarrollo de los indígenas, y crea la Corporación nacional de desarrollo indígena, 28 de octubre de 1993, url., https://www.bcn.cl/leychile/navegar?idNorma=30620

[16] Los caciques a los que se refiere la ley son los Apo Ulmen, no necesariamente cacique, pero si un señor importante (Véase, Diego Rosales Vol., I, pág. 137). De acuerdo a Tomás Guevara, “…de los cronistas se desprende que en un pasado lejano, poco anterior a la conquista española, existia una clase privilegiada de jefes ricos en rebaños i de gran parentela, los gúlmen.  Sin poseer una soberanía determinada en la zona o grupo de familias, –agrega– gozaban de cierta superioridad sobre los demás jefes.  Al morir legaban a su hijo mayor esta preeminencia, junto con su riqueza, entendida segun el concepto primitivo.  Posteriormente los gúlmen entraron a ejercer, por razon de su misma influencia, ciertas funciones administrativas i militares; estendieron, en suma, su jurisdiccion de los suyos al grupo.  Se establecio así una autoridad mas estendida, pero nominal en cierto modo” (Tomás Guevara, “Tomás Guevara, Costumbres judiciales i enseñanza de los araucanos”, Imprenta Cervantes, Santiago de Chile, 1904, pág. 10); del mismo Guevara, “Psicolojía del pueblo araucano”, Imprenta Cervantes, Santiago, 1908.  Aquí señala que, “Los araucanos, como muchos pueblos inferiores, emplearon términos concretos para esperesar las abstracciones de mando: gúlmen, rico, por omnipotencia; lonco, cabeza, por superioridad; ñidol (de ñidolun, principiar), por anterioridad en el órden” (pág. 24); también Ernesto wilhelm, Vida y costumbres de los indígenas araucanos en la segunda mitad del siglo XIX, Imprenta universitaria, Santiago, 1936, págs., 65, también 289 a 290 y, 348).  Este último, fue un libro dictado por el cacique Pascual Coñal.  Y quizá aquí está el verdadero valor del libro.  De hecho, de acuerdo a Rodolfo Lenz, prologista, revisor y comentarista del libro, “…no he visto nunca una descripción tan detallada de costumbres sudamericanas, dada desde el punto de vista del indígena mismo…(…)…la obra presentada por el P. Ernesto es de un valor enorme, incalculable para la lingüística araucana, la etnología chilena y la psicología étnica general” (Id., pág. 4).

[17] Id.

[18] Id., pág. 8. 

[19] De acuerdo a los Censo de población y vivienda aplicado en Chile en 1992 y 2002, “el Censo de 1992 sólo se consideró a tres pueblos indígenas.  La decisión de incorporar la pregunta sobre autodeterminación a estos tres grupos étnicos propuesto en el Censo de 1992 (mapuche, aymara y rapanui), fue una decisión que relevó la temática indígena a nivel nacional, situación que culminará con la dictación de la Ley Indígena en Octubre de 1993 (Ley 19.253), que reconoce ocho pueblos indígenas, los que fueron considerados en el Censo de 2002” (Instituto Nacional de Estadísticas, Estadísticas sociales de los pueblos indígenas en Chile”, MAVAL, 2005, pág. 5).

[20] Gabriel Salazar y Julio Pinto, Historia contemporánea, 5 vols., Vol. II, Actores, identidad y movimiento, Editorial LOM, Santiago, decimoquinta reimpresión, 2014, pág. 137.

[21] Ley Nº 21298, Modifica la Carta Fundamental para reservar escaños a representantes de los pueblos indígenas en la Convención Constitucional y para resguardar y promover la participación de las personas con discapacidad en la elección de convencionales constituyentes, Portal de la Biblioteca del Congreso Nacional de Chile, url., https://www.bcn.cl/leychile/navegar?idNorma=1153843&idParte=&idVersion=2020-12-23&utm_source=feedburner&utm_medium=feed&utm_campaign=Feed:%2Bbcn%2Fulp%2B(BCN%2B%3E%2B%C3%9Altimas%2Bleyes%2Bpublicadas).

[22] Mario Poblete, Huilliche.  Consideraciones sobe su similitud y diferencia respecto de los Mapuche en Chile, disponible en Portal Biblioteca del Congreso Nacional URL., https://obtienearchivo.bcn.cl/obtienearchivo?id=repositorio/10221/29427/1/BCN_Huilliche_final.pdf, octubre de 2020.

[23] Jaime Rojas Castillo, Principales aspectos sobre el proyecto de ley que otorga reconocimiento al pueblo huilliche, Boletín del Congreso Nacional de Chile, Asesoría técnica parlamentaria, Boletín N° 13.620-06, pág. 5, julio de 2023; Documento elaborado para la Comisión de Derechos Humanos, Nacionalidad  y Ciudadanía del Senado.

[24] Luis Pailapichun Yefi, José Eduardo Troquian Trunci, Juan Segundo Pailalef Casin y Arturo Cumiao Cumilef, Carta a la Comisión de Agricultura (sic) y Comisión de Derechos Humanos, Nacionalidad y ciudadanía, Butahuillimapu, julio 2023.

[25] Eriwn Schnaidt, Piden reconocimiento a huilliches como etnia indígena de Chile, Diario El Austral de Osorno, domingo 6 de octubre de 2024, pág. 6; también Portal web Biobiochile.cl.

[26] Desde una “sociología transgresiva” (que permiten trabajar tanto las ausencias como las emergencias), Boaventura de Sousa señala que, “Por sociología de las ausencias entiendo la investigación que tiene como objetivo mostrar que lo que no existe es, de hecho, activamente producido como no existente, o sea, como una alternativa no creíble a lo que existe.  Su objeto empírico es imposible desde el punto de vista de las ciencias sociales convencionales.  Se trata de transformar objetos imposibles en objetos posibles, objetos ausentes en objetos presente.  La no existencia es producida siempre que una cierta entidad es descalificada y considerada invisible, no inteligible o desechable.  No hay por eso una sola manera de producir ausencia, sino varias.  Lo que las une es una misma racionalidad monocultural” (Boaventura de Sousa Santos, Descolonizar el saber, reinventar el poder, Ediciones Trilce, Uruguay, 2010, pág., 22). El propio Santos señala cinco características o modos de producción de ausencias.  Y la más importante entre todas ellas, “deriva de la monocultura del saber y del rigor del saber”, constituyéndose en el modo más influyente.