Marcelo Javier Neira Navarro
A partir del siglo XVI, el territorio latinoamericano comenzó a sufrir el “Descubrimiento y conquista”. Las consecuencias resultaron simplemente devastadoras. Los principales efectos se sintieron, sin embargo, sobre las poblaciones que debieron soportar el exterminio masivo debido al sistema de explotación colonial que incluyó guerras, capturas, matanzas y la utilización forzada en sistemas de trabajo sencillamente “mortales”; con todo, también rupturas de lazos sociales o si se quiere familiares. Las nuevas enfermedades también mataron masivamente.
La leyenda negra existió. La enorme cantidad de indígenas muertos es indesmentible. Pese a ello, algunos creyendo poco en el problema, lo descartan debido a las supuestas generalizaciones. La memoria histórica tampoco ha guardado las precauciones del caso, desestimando el problema.
En el contexto histórico de la conquista de América y la utilización de los indígenas, digamos, la explotación social que emprendieron los conquistadores europeos en América latina, se inscribe la discusión del padre Las Casas y el padre de Sepúlveda. Eso sí, se ubicaron en polos opuestos.
En el Portal WEB de Memoria Chilena está disponible a todo público, la edición digital de un libro que data de 1552. Aquí, en castellano antiguo, el padre Bartolomé de Las Casas o Casaus, obispo de Chiapas (de Nueva España, México) y Gines de Sepúlveda, consejero del Emperador, despliegan todo el “arsenal” intelectual de la época, debatiendo acerca del fundamento de la conquista de las “nuevas tierras“ (http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-8937.html).
Se reunieron en Valladolid en 1550 a instancias del rey Carlos V. De Sepúlveda, “colonista”, señaló que la conquista de las indias era lícita. Mientras que Las Casas, si se me permite, “indófilo”, defendió la idea de que ella era “tiránica”, “injusta” e “inicua”; aunque nunca discutió la dominación española misma.
Más allá de la dialéctica Las Casas/de Sepúlveda, a nuestros ojos inútil por los demás, las matanzas de los indígenas nunca cesaron a partir de la llegada de Colón. Como dato ilustrativo, desde el siglo XVI los franciscanos instalados en México celebraban los oficios en enormes plazas públicas abarrotadas de “fieles”; pero a fines del mismo, la dramática disminución de indígenas empujó a la misa al interior de las iglesias, o incluso a simples capillas (Braudel, 1979, Vol. II, 329).
En la época no existió ningún argumento que detuviera el saqueo, la explotación y extermino impuesto por los europeos. Bien decimos europeos, puesto que no solo participaron comerciantes o traficantes españoles, también ingleses, franceses, holandeses, italianos, entre otros.
A propósito, desde Latinoamérica debiéramos tener la fuerza social necesaria para generar un movimiento que exija la devolución total o parcial de los tesoros metalíferos o inestimables testimonios culturales arrancados de nuestras tierras. Y no digo recursos naturales. Pero junto con lo anterior, también debiéramos presionar a la “comunidad” europea para que se desarrolle un verdadero movimiento “cultural de excusas” para con América Latina; de manera específica, en cuanto a la histórica utilización de los indígenas y por tanto en relación a los Derechos Humanos.