La idea de patrimonio cultural y por tanto de identidad se puede encontrar hundido en el pasado de las grandes civilizaciones. Pero tampoco es un imperativo de la cultura occidental. Es parte de la esencia de todos los pueblos.
En todo caso, groso modo, a partir de la expansión de la cultura europea, digamos, a partir del siglo XV, el concepto de patrimonio ha seguido una evolución histórica en tres fases.
Primera Fase
Entre el siglo XV hasta mediados del XX y principalmente, a partir del siglo XIX, en el marco de construcción de los Estados nacionales, el patrimonio fue entendido como todo lo necesario que debía otorgar identidad precisamente dentro de los límites de un Estado.
En esta primera fase, las elites políticas, impulsaron un “patrimonio” que buscó construir una identidad nacional única. Esto es, al amparo del orgullo de la idea patria, héroes, batallas, las administraciones políticas, líderes políticos y religiosos.
Esta concepción tuvo como máxima expresión, la creación de una historia nacional, historias de las batallas, historias épicas y de héroes. Todo esto estuvo complementado con un ciclo anual de conmemoraciones desarrolladas por el sistema escolar y con el desarrollo de una política, también conmemorativas, vinculada a lo estatuario.
Qué duda cabe, fue un patrimonio dirigido. Y como fenómeno impuesto, las poblaciones no participaron activamente en esta definición y solo tuvieron que asimilar ese tipo de patrimonio.
Segunda fase
En una segunda fase, siempre dentro de una cultura unitaria dirigida centralmente, durante buena parte del siglo XX, la idea de patrimonio transitó hacia una idea material, digamos, monumentaria, arquitectónica y un conjunto de elementos de valor artístico-histórico y cultural que debía ser protegido y conservado. Esta necesidad emerge del horror destructivo de las guerras mundiales.
Un poco más tardíamente, la idea patrimonial también se amplió a lo natural, digamos, a lo paisajístico, seguramente cuando apareció la necesidad conservacionista, pasada la mitad del siglo XX y derivada también de la sobreexplotación o destrucción del medio natural.
Tercera fase y actual
En la actualidad, la idea patrimonial se ha vuelto completamente cultural y más allá de aspectos nacionales, monumentarios o paisajísticos, privilegia principalmente prácticas y saberes que, por ser transmitidos oralmente, tienen el riesgo de desaparecer.
En este escenario, ya no es el Estado o un gobierno en particular el que impone aspectos patrimoniales en el marco de una supuesta “identidad nacional”. Ahora el patrimonio valora lo local. Aunque sigue habiendo intentos, como el que despliega la UNESCO que sigue dando indicaciones y recomendaciones a los Estados y gobiernos de turno, todo es un marco flexible.
Incluso, es razonable pensar que en Chile el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio era algo necesario. Pero también es cierto que este tipo de institucionalidad debe canalizar las iniciativas ciudadanas, ofreciendo una gama de posibilidades de participación organizada. Los municipios, junto a la ciudadanía comienzan a actuar decididamente poniendo en valor objetos, pero sobre todo la historia local, usos y costumbres. En definitiva, lo que se busca el reforzar la identidad de cada territorio.
El patrimonio, entonces, se ha vuelto algo más democrático. Se trata de una forma de apropiación social, en el marco de una búsqueda de sentido, en donde los grupos y comunidades construyen y reconstruyen su identidad. De este modo, el patrimonio no puede sino estar vinculado al territorio y a la comunidad que lo habita, lo vive y lo siente.
Las fuentes de identidad territorial kunko
Ellas son diversas, algunas específicas y otras genéricas. Las específicas pueden ser, la geografía, esto es el butahuillimapu ; la ecología, esto es la pluviselva valdiviana y en general, un territorio plagado de esteros, ríos, lagos y también un amplio borde costero; la identidad étnica, digamos, relacionada al pueblo mapuche; el uso de una lengua, el chesungun; la historia, desde luego, en términos de procesos, pero también en relación a vínculos con ciertos hitos como el del “Tratado de las canoas”; el nivel tecnológico asociado a la particular arquitectura de la ruca huilliche construida con hojas de la planta llamada “chupón” o el nivel tecnológico asociado a la construcción de las canoas o wampos labradas en árboles; las tradiciones como la celebración de año nuevo y la fiesta de wetripantu, el tragún, el efku; fiestas religiosas como las rogativas, entre otras.
Y en materia de organización y estructura política, la presencia de los APO ULMEN, máxima jerarquía. relacionada a un territorio y a unas poblaciones. Incluso, también se podría agregar el capital político que presenta el propio pueblo huilliche en materia de prácticas políticas vinculadas al diálogo, los acuerdos, incluso, al apego a los acuerdos escrito y sobre todo, la Paz.
En algunos otros casos, la identidad del territorio se vuelve más general o menos específica, digamos, aquella abierta a influencias externas. Aquí aparecen, más bien, los rasgos de lo que actualmente se conoce como cultura rural.